Tacirupeca

Aquella mañana, Tacirupeca (Taci, para los amigos) se levantó de lo más descansada. Desayunó café y tostadas con mantequilla mientras la radio de fondo desgranaba la actualidad. No había terminado aún el último bocado cuando sonó el teléfono. Era su madre avisándola de que ese fin de semana no podría ir a ver a la abuela porque a última hora le habían endosado una guardia en el hospital y que a ver si le hacía el favor de acercarse ella a llenarle la nevera. “Ya sabes que si no vamos nosotras a hacerle la compra se dedica a comer espárragos y huevos cocidos con mayonesa toda la semana”, lamentó su madre.

A Taci se le habían caído todos los planes del fin de semana (Blanqui, su churri vivía con sus siete tíos y la habían castigado “hasta el Fin de los Días” por suspender todas las asignaturas del primer cuatrimestre) y no tenía pensado hacer nada más que revisar alguna serie de esas de finales del siglo XX que tanto le gustaban, así que le pareció buena idea hacer una excursión al barrio para ver a la abuela y de paso, a lo mejor, le daba algo de dinero, que se había quedado corta de presupuesto aquel mes después de hacerse el último tatu (una preciosa cabeza de lobo ensartada en una pica en la nalga derecha).

Cogió el chubasquero rojo, la mochila grande y se enchufó los cascos con lo último de C-Tangana a todo volumen. Antes de llegar a la parada del autobús, paró en el kiosco y compró la Cuore y una bolsa de gominolas para entretenerse por el camino. El 28 no tardó en llegar y se acomodó para los veinte minutos de trayecto. Tonteando con el móvil recordó un challenge que le había hecho gracia esa semana en el TikTok. Consistía en emular esas escenas de la serie de televisión “V” en las que la alienígena Diana se tragaba ratas enteras. La gente se grababa de dos formas: bien con vídeos trucados súper profesionales tragando todo tipo de objetos (lámparas, móviles, relojes, muñecos…) o bien haciendo el bruto con comida real, atragantándose, escupiéndolo todo, partiéndose de risa y al borde de la asfixia auto-inflingida. Estos últimos eran los que más gracia le hacían y le traían la voz áspera de Blanqui clamando: “¡Merecemos la extinción!”

Miró a su alrededor y, como a esas horas de una sábado el autobús iba vacío, decidió grabarse a ella misma comiendo las gominolas que acababa de comprar. Buscó la aplicación de moda en su teléfono, enchufó la cámara frontal, encuadró un buen ángulo para no sacarse la papada, se quitó los cascos, se puso la capucha (así se daba un poco de misterio) y empezó a engullir chucherías enteras una tras o otra. Le resultó tan fácil que casi se terminó la bolsa sin darse cuenta; ni se había atragantado, ni le había dado la risa: ¡Iba a tener miles de likes! Puso de fondo la música de la serie (de la que obviamente por edad no había visto más imágenes sueltas y fotos de su madre disfrazada en carnaval) y la intercaló con algunos planos originales que encontró por Internet. Le gustó el resultado y le dio a compartir. Ahora solo quedaba esperar la lluvia de “me gustas”.

El autobús llegó a su destino a la vez que Taci terminaba la operación en sus redes sociales. La parada estaba justo frente al Mercadona así que sacó la lista que su madre le había mandado y se dispuso a entrar y salir del supermercado lo más rápido posible. En el pasillo de los cereales lo vio por primera vez: alto, muy moreno, barba poblada, pelo largo y chupa vaquera con borreguillo por dentro, de aire despistado. De primeras, no le pareció feo. En la cola de la frutería volvió a coincidir con él y le pilló mirándola de reojo. Unos minutos después, en la sección de congelados, le pareció que la observaba escondido detrás de la estantería de los refrescos y empezó a mosquearse. “¡Tío pesao! Y muy cutre si se piensa que me va a acosar en un Mercadona”, pensó Taci, a la vez que preparaba el llavero a modo de puño americano tal como había aprendido en el último curso de autodefensa organizado por la Asamblea Feminista de la facultad al que habían ido ella y Blanqui.

A pesar de estar alerta, el tipo melenudo la sorprendió mientras cogía un paquete de café. Se le acercó por detrás y le susurró el oído: “Tienes un tipazo para comerte mejor, chiquita”. Del susto, a Taci se le cayeron las llaves y dio un salto que tiró la mercancía de media estantería, montando un gran estruendo. Al mismo tiempo, de los nervios, se le revolvió el estómago y una gran arcada hizo que empezase a vomitar las gominolas enteras primero y, después, el resto del desayuno que tenía ya medio digerido. La pota fue a parar exactamente sobre los pantalones y las chirucas del acosador, quien se quedó paralizado entre el asco y la sorpresa, de tal forma que los de seguridad no tardaron en llegar y lo pudieron detener. Al parecer hacía semanas que la policía buscaba a un pervertido que se paseaba por los supermercados de la ciudad incomodando a las clientas, exhibiéndose en la sección de limpieza y tocándole el culo a las empleadas que estuviesen reponiendo concentradas en su labor.

A Taci le tomaron declaración y le dijeron que la llamarían para testificar en el juicio. Además, el supermercado le regaló la compra del día y le dieron tres vales de 50 euros de descuento para gastar a lo largo del año. Al llegar a casa de su abuela, su vídeo de “V” ya llevaba más de 3.500 visualizaciones. “Cuando cuente lo de antes en el súper, lo peto. ¡De esta me hago influencer!”, festejó.

Imagen de Emma Gascó y Pikara Magazine 

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