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Microficciones 3: Amor

gemelinas

Salí de la cama con cuidado de no hacer ruido y así evitar despertarle. Busqué a tientas las bragas por el suelo y me puse su camiseta porque la encontré antes que la mía. Cogí el móvil de la mesita, salí de puntillas y cerré suavemente la puerta. Quería ese primer rato de la mañana para mí sola.

El sol que entraba por la ventana de la cocina -totalmente empapada de rocío- dibujaba mini arcoiris sobre los azulejos. Calenté el café y me hice un par de tostadas. Con todo preparado le escribí a Asun. Tenía que ser la primera en saberlo.

-Nena, nos mudamos juntos, lo decidimos anoche.
-¡Ya era hora! – respondió casi al instante y sonó el teléfono. Odia escribir. Prefiere hablar un rato.
-Yo estoy camino del curro tía, pero a ver cuál es tu excusa para estar despierta un sábado tan temprano después de la nochecita de celebración que os habréis pegado – me dijo en tono de bronca y de coña a la vez.
-Quería estar sola un rato y contártelo antes de que se despierte – contesté.
-Pues a partir de ahora lo de estar sola se te terminó, morena – y se rió a carcajadas.
-Nada de eso, que lo tenemos más que hablado. Cada uno su espacio. Cero dependencias enfermizas. Ese bicho está bien muerto – confesé.
-¡Genial entonces! Pero sabes que no te creo mucho. ¿Me lo cuentas esta noche con una caña? Que llego tarde.
-Vale guapi. ¡Buen sábado! ¿Has echado la primi?
-Joder no, a la hora de comer saco dos minutos. ¿Eso se lo has contado? – la pregunta sonó pícara pero seria y la verdad es que nunca me había planteado la necesidad de explicarle a Ricardo para qué echaba cada semana la lotería con Asun.
-No. No necesita saber tanto de mi vida, jajaja. Te quiero más a ti.
-Jajajaja, ¡perra! Vale. Hasta la noche. Disfruta.

Colgamos y le pegué un bocado al pan con mantequilla. Revolví el café y me quedé riéndome sola de la cara que pondría Ricardo cuando le explicase que si algún día me tocaba la primitiva el dinero sería para comprarme una casa en el norte a la que retirarme de viejecita con Asun. Llevábamos echándola todas las semanas desde que nos conocíamos, hacía ya diez años.

Tendría que explicarle que no es el único amor de mi vida.

Asomó la cabeza por la puerta de la cocina justo en ese momento, frotándose los ojos como un niño pequeño y con el pelo totalmente revuelto.

-¿De qué te ríes? Vuelve a la cama un rato, anda – dijo en tono meloso y tendiéndome una mano.
-Vale, voy, pero después recuérdame que tengo que explicarte una cosa sobre la lotería.

Ejercicio del taller de escritura. Anteriores escritos aquí