Nada mejor que cambiar de perspectiva de vez en cuando. Buscar un muro, una silla o una piedra a la que subirte permite ver las cosas de manera diferente. Elevar la cámara por encima de la cabeza para apuntar sin mirar suele mejorar la foto.
Todo es cuestión de puntos de vista.
Las azoteas de Hopper (el cuadro de la imagen es «Rooftops», de 1926) me dejaron clavada al suelo durante varios minutos. El murmullo y el ruido de las centenares de gallinejas presentes en la masificada exposición fue desapareciendo poco a poco. Sus azoteas me llevaron a las mías.
Y es que la perspectiva cambia también cuando cambias de calles. Las de mi pueblo por las de Barcelona, éstas por las de Madrid… Empaparse de contrastes ayuda a amplificar la visión general. Cuando pisas otras calles te las llevas irremediablemente a todas las que pisarás después.
Lo mismo pasa con las azoteas. Nada mejor que subirte a las de otras, aunque sea sentando el culo en una plaza a las 4 de la mañana. Así después, cuando miras, miras con tus ojos y los suyos. Este último fin de semana las azoteas de varios nuevos amigos -desvirtualizados a ritmo frenético- se han incorporado a mi vecindario particular. Cuando desde la mía no se vea nada claro, seguro que en las suyas encuentro una buena perspectiva que añadir al repertorio.
El año pasado había tocado Antonio López con resultado de microrrelato.