Carnicería vegetal

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Todos los días se sentaban en el banco del jardín después de desayunar. Daba igual que hiciese frío, que lloviese o que la helada de la madrugada aún estuviese presente; nadie les quitaba sus cinco minutos en silencio antes de comenzar la jornada.

Aquella mañana, el magnolio chino amaneció desnudo. Los pétalos de sus flores -poderosas y adelantadas a la primavera- habían quedado esparcidos por el suelo debido al vendaval de la noche anterior. La bruma del alba no presagiaba nada bueno.

-Parece una carnicería vegetal- dijo él.
-¿Hago croquetas para comer?- contestó ella.

Nada como la cotidianidad para ponerlo todo en su sitio.

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