Resulta que la última vez que entré por aquí, allá por el mes de abril, fue exactamente con la misma motivación que hoy me trajo de nuevo a escribir: el fuego.
Pero no un fuego purificador, ni uno de hoguera de San Juan, ni de chimenea de invierno, ni fuegu de asar castañes, ni de la boca del cuerpu, ni fuegu de parir dragones…
Nada de eso.
Fuego del que cabrea, del que angustia, del que hizo que hoy en mi ciudad no se hiciese de día hasta las 12 y pico de la mañana… Si es que a esta luz que tenemos se le puede llamar acaso día…
Camino del trabajo me acordé de un cuentín que escribí muy distopía breve con todo el presente tapado de nubes que no dejaban pasar los rayos de sol; el olor a humo de la calle me recordaba al napalm por la mañana; pensaba en los fallecidos y sus familias, en los que tenían los focos cerca, en los que habían tenido que ser evacuados de sus pueblos en plena noche, en el ganado asustado, en los animalinos del bosque de Muniellos, en las miles de hectáreas de bosque verde, verde, verde…
Y en los que prenden la mecha.
En medio de este maremágnum de emociones y con las lágrimonas abriéndose paso me acordé de algo que alguna vez le escuché a mi güela Lupe de una vez que su madre -la bisa María- vivió un eclipse de sol. Siempre recordaba que les pites (las gallinas), en cuanto vieron que se hacía de noche, tiraron escopetadas para el corral, bien acostumbradas que estaban a recogerse con el fin del día. Cuando volvió a salir el sol, el gallu cantó y todo comenzó de nuevo como si nada.
Así que me vais a perdonar que no escriba cuando se rompe España o que no os cuente todo lo que pienso de la locura banderil en la que vivimos inmersos estos últimos tiempos, porque a lo mejor saldrían otros fuegos y no me apetece andar apagándolos.
Hoy voy a hacer como les pites de mi bisabuela y me retiro hasta que se ponga a llover, que como tengamos que esperar a que arreglen las cosas los que las tienen que arreglar… ¡Apañaos vamos!
Imagen de esta mañana en Llanes, de Sol Caso