Cuando papá me dijo “la felicidad nunca es completa” supe que era su despedida. Lo entendí tan al fondo y tan adentro de mí misma que no fui consciente de ello hasta que pasaron un par de días sin saber nada de él. Aquella tarde había estado tranquilo, habíamos paseado por el puerto y me había acercado hasta mi casa en su coche. Al bajarme fue cuando me dijo la frasecita, pero no le di la más mínima importancia porque a veces le daban ataques de cripticismo poético de lo más incomprensibles y me había acostumbrado a asentir sonriente y no darle más vueltas.
Hace un par de días que llegó una carta sin remite pero con mi dirección escrita claramente con su letra. Han pasado 15 años de aquel adiós que no lo fue. La carta lleva dos interminables días mirándome desde la mesa de la cocina y creo que ya puedo abrirla. En su interior sólo hay una servilleta de bar de las que ponen “Gracias por su visita”. Está muy arrugada, como de haber pasado media vida en el bolsillo trasero de un pantalón. Miro lo que hay escrito y sólo puedo pensar “qué cabrón” y “qué letra tan bonita ha tenido siempre”. Bolígrafo azul. Una sola frase encabezada por tres puntos suspensivos: “… Hay que salir a buscarla”. Asiento sonriente mientras sobre y servilleta acaban en la papelera.
Cuarto ejercicio del taller de escritura “Escribo, luego soy. Ficción autobiográfica”
Primer ejercicio: “Yo y mis libros“
Segundo ejercicio: “Mantra gestual”
Tercer ejercicio: «Vientos»