Maldita dulzura

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No tenía muy claro en qué momento del recorrido de vuelta había decidido bajarse pero se descubrió de pronto en calles que nunca había pisado. Nada allí le era familiar. Ni los escaparates, ni los comercios aún abiertos a esas horas de la noche, ni las fachadas de los edificios que clamaban para que alguien les renovase el maquillaje. Ni siquiera los semáforos se parecían a los de su barrio.

«Los barrios son como pueblos, países, pequeños mundos», pensó.

No tenía muy claro en qué momento de aquel día febril había decidido marcar el punto final. Gracias. Adiós. Hola. Gracias. Buenas tardes. Buenos días. Gracias. No se preocupe. Gracias. No pasa nada. A ti. Encantada. Gracias. Gracias. Gracias. Gracias…

Se agotaron las sonrisas. Sin previo aviso, así, de golpe. Y entonces… ¡Alivio! Miró alrededor. El reloj marcó la hora en punto y se marchó sin decir «adiós», «hasta mañana» o «descansad».

Respiró hondo, se la tragó el metro y se descubrió de pronto en calles que nunca había pisado.

Aquel barrio-pueblo-país-pequeñomundo extraño no tenía ningún atractivo especial pero aquella noche no iba a volver a casa. Se acabaron las sonrisas y los «¿qué tal tu día?». Nada de repetir eso de «hoy te tocaba hacer a ti la cena» o «tienes que llamar a tu madre que siempre se te olvida». Ni un polvo más de mera rutina.

«¿Quién necesita una canción de amor cuando se tiene la violencia en vena?», se escapó de los auriculares del mp3 que ni recordaba llevar encendido. Lo desconectó y se quitó los cascos. El cartel de neón de un bar se encendió en aquel momento y tuvo que entrar.

Toda la barra para ella sola. Cuatro mesas solitarias. Un único camarero echando cuentas. Al fondo un piano vacío, pintarrajeado de tiza.

-¿Qué va ser?
-¿Puedo acercarme al piano?
-Sí, ¿pero va a tomar algo?
-Sí. Cualquier cosa con alcohol pero que no sea ron, que no sea dulce. Eso se terminó hoy.

Él no preguntó y se dio la vuelta para coger un vaso y rebuscar una botella de esas que no están a la vista y que se reservan para momentos como aquel.

Una botella de esas que sólo se abren cuando sabes que se van a terminar en el mismo día.

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