Pingüinos

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Tengo claro desde hace mucho cuál es mi animal favorito. Soy tan patosa como ellos. El calificativo de «pájaro bobo» siempre me ha provocado mucha ternura. Pero mi predilección por estos animalejos -el de la foto fue retratado en Península Valdés (Argentina) en noviembre de 2008- tiene más de filosófica que de estética.

Me explico.

Todo surgió en una habitación enana de un colegio mayor cualquiera. Paredes llenas de pósters, tochos de apuntes en la mesa y buena música. Hace más de diez años. Posiblemente fuese una tarde de otoño-invierno como hoy. Domingo seguro. Dejadme echarle un poco de literatura al asunto que los domingos siempre han sido días propicios para divagar.

Tenemos el escenario y la ambientación. Añadidle un toque de humo que en estos casos siempre acompaña bien.

¿Los personajes? Dos novatas recién llegadas a la universidad y un veterano con ganas de terminar de una vez la rutina de clases y exámenes. Buenos amigos aún a pesar del tiempo y las distancias. Terminan de ver una película. «El pingüino también es mi animal del poder», dice él y lanza al aire la pregunta de si saben por qué esas aves no vuelan. Risas, cachondeo y él que se mosquea un poco. «Ya vale que os estoy hablando en serio», protesta.

Posiblemente la conversación dio mucho de sí y fue realmente divertida en aquellos momentos pero voy al grano y resumo.

Los pingüinos no vuelan porque se les olvidó que pueden.

Si eso se traslada a la existencia de cada uno y se aplica al día a día se puede interpretar como que todos somos pingüinos. No es que no puedas hacer algo, sino que simplemente lo has olvidado. Así que ponte las pilas, sacúdete los miedos y adelante. Cambia la expresión «no quiero arriesgarme» por la de «voy a atreverme».

Hace poco que recordé que puedo volar así que en eso ando. Con una mezcla de miedo y ganas. Paralizada a ratos y excitada otros. Pasadas las dudas sólo se puede sonreír y seguir caminando.

La decisión está tomada.

La cuenta atrás en marcha.

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