Hay momentos en los que te vuelves consciente -a secas- y entiendes de pronto asuntos que no sabías ni que debías intentar comprender. Es como esas agujetas que te descubren músculos de tu cuerpo en los que jamás habías reparado porque nunca los habías usado y nunca te habían dolido.
Estoy segura de que hay zonas del cerebro (incluid aquí las almas, el corazón y cualquier otro eufemismo que haga referencia a la vida interior) que permanecen inactivas durante toda la existencia. Otras se mantienen en letargo o en segundo plano, realizando labores tan inconscientes como imprescindibles: ordenan recuerdos, borran lo que no interesa, atesoran momentos, tergiversan sueños, inventan realidades paralelas y mundos (im)posibles… Algunas -y éstas son las que me interesan hoy- se manifiestan de pronto, nuevas, como crisálidas recién abiertas que ofrecen sorpresas aladas y coloridas.
Los caminos que se abren por delante de forma inesperada siempre me han generado un estado en el que se suman el recelo y el júbilo, con tanto miedo como ganas por pisarlos y recorrerlos.
¿Existe algún mayo sin cambios en perspectiva?
Hay vértigos y hojas en blanco. Un telar en construcción. Mantas para hacer cuevas y cervezas frías esperando en la nevera.
Pase lo que pase, lo que importa es el trayecto y disfrutarlo.
¡Vamos a ello! Sin pausa.