Una cría enganchada en la espalda, una en un brazo y otra en el otro. Así, «de un brazau», nos subía muchas veces desde el garaje hasta el tercero en el que vivíamos al principio. Papá alto, papá fuerte, papá madre, papá guapo, papá piragua, papá pesca, papá serio, papá cantarín, papá currante, currante, currante…
Y artesano. ¿Que algo se puede hacer con las manos y los mimos? ¡Ahí está él! ¿Maquetas de barcos? ¿Bricolaje? ¿Encuadernación? ¿Jardinería? ¿Alquimia-destilería? ¿Bonsáis? ¿He dicho bonsáis? ¿Y macetas qué? Cualquier cosa con tal de no tener un minuto de aburrimiento. Eso no puede pasar y si pasa pues seguro que hay un libro que leer, un disco de Pink Floyd que reescuchar o algún programa de atletismopescaextrematelegarzaoficiosraros que ver un ratín en la tele antes de ponerse con la siguiente actividad.
Si físicamente me parezco a mi madre, los genes se decantaron por él en lo del carácter. Seria, responsable y bastante sensible. Hay quién dice que es que somos Cáncer los dos, con coraza por fuera y blanditos por dentro… Pero bueno, fíate tú de los horóscopos y las conjunciones astrales. Lo que está claro es que con nadie discuto como con él. ¡Qué capacidad de argumentación y de girar las conversaciones! ¡Qué capacidad de ejercer de abogado del diablo y después partirse de risa! «Esto es entrenamiento», decía. No tengo claro si lo hizo conscientemente pero vaya si acertó. Igual que acertó cuando en medio de aquel lío mental que tenía yo con veinte años me cogió, me llevó a comer rico y me dijo: «¿Por qué no haces periodismo?» ¡Diana!
A veces se le escapa hablar en femenino. Tres hijas, mujer, perra, gatas… ¡Qué remedio! Y tan contento, oigan.
Acaba de cumplir sesenta añazos el día de San Juan y los lleva estupendamente, con algún que otro achaque pero ahí está.
De pie.
Sosteniéndonos aún en «un brazau» cada vez que hace falta.
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