Cuentan que a las cuatro de la mañana
la piel de las aceras
respira entrecortada
y acolcha los pasos torpes
de dos estrellas fugaces borrachas
Una vecina las ve desde el balcón
y se vuelve a dormir,
pensando en voz alta
que para qué ansiaremos la calma
si todo se empeña en ocurrir