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Llave de paso

Salió de la ducha completamente enrojecida, pero el vapor y el calor del agua habían logrado su efecto calmante (sedante). No quedaba ni rastro de sangre debajo de sus uñas así que sonrió y se metió en la cama desnuda, convencida de que por fin dormiría del tirón.

El insomnio había llegado con el cambio de turno en el trabajo. De siete de la tarde a dos de la mañana desde hacía cinco meses. Al principio todo iba bien y parecía que el cuerpo se había acostumbrado al nuevo horario. Después de dos semanas empezó a cruzarse cada noche en el trayecto de regreso con el mismo hombre. “Casualidades”, pensó los primeros días. “Alguien con un turno tan inhumano como yo”. Hasta que se lo encontró un día por la mañana en el supermercado y él sonrió de lejos.

Todo empezaba a ser raro. Incómodo.

Lo comentó con una de las compañeras de trabajo que llevaba más tiempo en el turno de noche. “A mí también me da mal rollo la vuelta a casa. Me pongo el llavero como si fuese un puño americano, con las llaves entre los dedos por si tengo que defenderme”, comentó. “Tengo amigas que caminan con el 112 marcado en el móvil siempre a punto de activar la llamada, con un mechero preparado o algo pesado dentro del bolso por si las moscas”, reconoció y le recomendó que cargase con una grapadora de las del despacho a modo de ladrillo.  Miedos impuestos. ¿Irracionales?

“Las calles de noche no están hechas para las mozas”, resonaba la voz de su padre. No pensaba darle la razón, pero aquel desconocido –de aspecto totalmente normal, limpio, un vecino cualquiera- seguía cruzándose y notaba que la miraba con intensidad creciente. Algunos días iba por la otra acera, otras estaba quieto en algún portal y esperaba a que ella pasase para seguirla unos cuantos metros y volver a detenerse. Durante el día también lo veía a veces, siempre de lejos. Cuando salía de trabajar ya no había transporte público y no podía pagarse un taxi cada noche, aunque empezó a coger uno si necesitaba descansar de verdad. Porque después de cruzarse con él no dormía.

Aquel jueves llevaba ya una semana seguida sin pegar ojo. Una amiga farmacéutica le había recomendado unas pastillas pero se negaba a tomarlas porque la dejaban totalmente zombie y ya había estado enganchada a esos remedios. En el trabajo le habían dado el toque unas cuantas veces porque llegaba tarde y se distraía. Esa noche se quedó dormida un rato sobre el teclado y una supervisora le dijo que no le iban a consentir ni una más.

Era el último aviso.

Así que de camino a casa, cuando enfiló la calle y lo vio parado en un portal aceleró el paso y se detuvo frente a él. No reaccionó y abrió mucho los ojos. Quieto. Ella hizo lo mismo. Mantuvo la mirada como en esos juegos en los que pierde quien parpadea primero. Un minutos, dos… Su cara decía: “Aquí estoy. ¿Algo que decirme?”. El tipo comenzó a mover la cabeza, nervioso. Aquella no era la presa que él esperaba. La apartó de un empujón, la tiró al suelo y se perdió entre las calles del barrio.

Ella se incorporó, se sacudió la ropa y retomó el camino a casa. Cuando llegó se dio una ducha bien caliente. Al salir del agua comprobó que no quedaba ni rastro de sangre debajo de sus uñas -había apretado tan fuerte las llaves en su mano durante el encuentro que se había hecho una herida importante- así que sonrió y se metió en la cama desnuda, segura de que por fin dormiría del tirón.

Islas

castrospoo

Hay rincones que sólo ellas ven
y escondrijos que sólo a ellas muestro,
zonas suyas que sólo yo intuyo
porque sólo a mí se enseñan

Hay sonrisas estrepitosas
que llenan los abismos compartidos
y llantos en torrente
que desvelan pasarelas ancestrales

Hay bailes, rizos, sueños,
sudores y secretos

Hay abrazos, broncas, celos,
miradas y lamentos

Hay distancia, kilómetros, tiempo,
sangre y besos

Hay un isla en cada habitación propia
y un salón en común,
nuestro archipiélago

A «Las warriars», por convertir juntas cualquier espacio en un mundo entero

Microficciones 1: Cuerpo

piernas en madrid

Hace meses que tapé todos los espejos de la casa con telas de diferentes colores que había ido acumuando de mis viajes. Hay quiénes se traen imanes, pero yo colecciono trozos de mantas, alfombras, sedas, etc.

No sucedió ningún hecho concreto que me hiciese tomar la decisión de taparlos, sino que fue más bien un cúmulo de sensaciones y sentimientos que me ahogaban desde hacía mucho. Miraba cada mañana mi reflejo en el del baño y no me veía a mí. Sólo había arrugas, grasa, granos, pelos, manchas, canas… Frente al del ascensor me retocaba el maquillaje y el flequillo, y en cada escaparate me recolocaba la ropa. Debía ser perfecta pero nunca lo estaba completamente.

Entonces, una mañana decidí tapar todos los espejos de mi casa. Empecé a bajar la vista en el ascensor y a ignorar los escaparates. Poco a poco fui descubriéndome de otra forma, conociéndome. Siempre había pasado completamente inadvertida entre conocidos y ajenos a pesar de lo perfecta que era, o tal vez por eso me ignoraban o no lograba trabar verdaderas amistades. En cuanto dejé de mirarme todo el tiempo a mí misma, la gente a mi alrededor comenzó a verme y a querer estar conmigo. Como si reapareciese después de haber estado años encerrada a solas con mi reflejo en el doble fondo de todos los espejos.

Hoy al salir de la ducha una turbonada de aire frío ha abierto la ventana del baño y la corriente se llevó la tela correspondiente (un tapiz gambiano de colores amarillos, naranjas y negros). El espejo quedó al desnudo. Como yo. Y me vi allí, por fin real. Por primera vez. Im-perfecta.

Ejercicio del taller de escritura. Anteriores escritos aquí

Conóceme

Hace un tiempo, Helena y yo decidimos colaborar para el Feminizine 3 de Bombas para Desayunar. La verdad es que mi idea inicial era escribir algo un poco más elaborado, con la historia de una mujer misteriosa que me ronda desde hace mucho pero se me fue el tiempo y no llegaba. (De hecho me había prometido escribir su historia durante el verano… Aún queda más de un mes… ¡Tengo que hacerlo!) Volviendo al fanzine… Tiré de un cabreo puntual que se repite a menudo sobre todo esto de «ser mujer» para encadenar palabras. Se lo pasé a mi hermanísima y salió esto tan chulo. Me gustan las cosas que hace para ilustrar lo que escribo -como para el texto del instituto– así que habrá que repetir la experiencia, ¿no?

Aquí va el texto por si en la imagen no se lee bien:

CONÓCEME

Come cereales
Lava más blanco
Ponte ESTOS zapatos
Usa colorete. Este pintalabios. ¡Triple de pestañas!
Te sobran kilos. Te faltan tetas.
Fuera pelos.
No huelas a nada.
Acórtate la falda.
Cuídate las uñas.
Devora 50 sombras de…
No envejezcas.
Cocina.
Trabaja.
Sé madre.
Cásate.
O viceversa.
Ten celos.
Hormónate.
Alísate el pelo.
Tíñete las canas.
Camúflate.
Suspira.
Ruborízate.
Sé una mujer completa.
No seas tú.
Sé la mujer que te dicen que seas.
Sé la mujer que esperan que seas.

En el par 23 de mis cromosomas hay una conjunción XX en lugar de XY desde el momento de la concepción. Cromosómicamente soy lo que se llama una hembra de la especie humana. Según el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua (RAE) una hembra es todo animal del sexo femenino, tal como indica en su definición. Si atendemos al desarrollo de los caracteres sexuales hay que diferenciar entre primarios y secundarios. Los primeros se refieren a la producción de células sexuales (o gametos) que en el caso de las hembras son óvulos. Los secundarios son los más visuales y científicamente representan el fenotipo: desarrollo de las glándulas mamarias, ancho de las caderas, tórax estrecho y talla “redondeada” como dicen los manuales.

Punto.

A partir de aquí no me valen las definiciones, ni procedencias de Marte o de Venus. No me valen los “¿estás en esos días?”, el “mujer tenías que ser” o la literatura, las revistas, el cine y la música “para chicas”. No me vale que desde todos los frentes me fiscalicen el cuerpo, los modales, la ropa que me pongo o me dejo de poner, el volumen de la voz, la mirada, los gustos y las ganas. No me valen los que preguntan: “¿Pero qué más queréis conseguir?”.

No me valen los que me etiquetan: mujer, blanca, treintañera, soltera.

No me acotes. No me restrinjas en cuatro categorías.

Conóceme.

Feminizine #3 online disponible aquí

Con un par

En el par 23 de mis cromosomas hay una conjunción XX en lugar de XY desde el momento de la concepción hará tres décadas ahora a finales de octubre o principios de noviembre. Cromosómicamente soy lo que se llama una hembra de la especie humana. Según el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua (RAE) una hembra es todo animal del sexo femenino, tal como indica en su definición. Si atendemos al desarrollo de los caracteres sexuales hay que diferenciar entre primarios y secundarios. Los primeros se refieren a la producción de células sexuales (o gametos) que en el caso de las hembras son óvulos y en este caso particular mostraron su grado de maduración un mes de agosto de campamento en Comillas en fechas un tanto tempranas para lo que se podía esperar. Los secundarios son los más visuales y científicamente representan el fenotipo: desarrollo de las glándulas mamarias, ancho de las caderas, tórax estrecho y talla «redondeada» como dicen los manuales. No pienso poner foto pero sé que os fiais de mí si os digo que encajo en la descripción totalmente.

Hasta aquí todo bien.

Pero resulta que en pleno comienzo de la segunda década del siglo XXI se presupone que me deben interesar la moda, el maquillaje, los trucos de belleza, la «gente» (esa sección que es un eufemismo para el cotilleo puro y duro), la cocina, buscar un marido y compaginar empleo e hijos. Y no me lo ha dicho ningún abuelo que no sabe ni donde están guardados los vasos en la cocina, ni ninguna mujer que creció con otra educación diferente a la mía, ni ningún niñato malcriado para el que las tías quedan de puta madre detrás en la moto. Me lo han dicho en menos de una semana desde varios frentes.

Por un lado, la nueva publicación semanal lanzada a bombo y platillo por un periódico nacional, con ínfulas «progres» y visión internacional. No ha tenido mejor idea que contentar al que considera su público femenino con un folletín publicitario al que ha denominado S y del que habla mucho mejor que yo Elena Cabrera en este post. Soy público objetivo directo de ese medio y conozco a muchas como yo que se han sentido insultadas con el último lanzamiento. Pero bueno… Piensas que no pasa nada, que es prensa tradicional y que siempre nos quedará internet.

¡Pero no!

Hoy descubro vía Jessica Romero y Juanlu Sánchez el nuevo portal mujer.es y la red social soyunamari en la que vuelven a manifestarse como imprescindibles los topicazos de lo que consideran mundo femenino.

Nunca he sido militante feminista y no mido a los amigos en función de si tienen los órganos reproductores hacia adentro o hacia afuera. Hablo de cualquier tema con cualquiera y las preferencias sexuales o las cuestiones de género no tienen importancia para mí porque las veo como lo más normal del mundo. Tampoco doy el coñazo con cuestiones lingüísticas del tipo de los plurales genéricos aunque de hace unos meses para acá le he cogido cariño a sustituir las oes por xs, no porque a mí me importe sino porque conozco a muchas que sí lo valoran.

Después de corroborar que lo que muchos entienden aún por «ser mujer» no tiene nada que ver con la realidad que vivo habrá que ponerse las pilas y reivindicar la condición femenina y ese par de Xs que llevamos en los genes.

P.D: Rematamos el día con un mensaje de Traficantes de Sueños con este libro : )