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Carnicería vegetal

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Todos los días se sentaban en el banco del jardín después de desayunar. Daba igual que hiciese frío, que lloviese o que la helada de la madrugada aún estuviese presente; nadie les quitaba sus cinco minutos en silencio antes de comenzar la jornada.

Aquella mañana, el magnolio chino amaneció desnudo. Los pétalos de sus flores -poderosas y adelantadas a la primavera- habían quedado esparcidos por el suelo debido al vendaval de la noche anterior. La bruma del alba no presagiaba nada bueno.

-Parece una carnicería vegetal- dijo él.
-¿Hago croquetas para comer?- contestó ella.

Nada como la cotidianidad para ponerlo todo en su sitio.

Cósmico infinito

No es lícito
elogiar a los astros
si nunca has acariciado
-levemente al menos-
la locura.

¡Qué poca credibilidad tiene
quien regala cielos
si jamás le ha aullado a la noche!

Cuando asome el último cometa
montémonos sobre su estela
hasta la próxima parada.

Sólo billete de ida, gracias.

Entonces,
inventaré un nuevo conjuro y
vestiré mi capa de estrellas
para revolver nebulosas
como infinitos tirabuzones.

Y esparciré tormentas
-marejadas de lunas-
que desencadenen
todos los desastres.

Locuras quietas

Van y vienen los fríos
como bandadas desplumadas
que no terminan de anidar
en las almenas.

Algo inquieto está el aire
que ya no sabe por dónde buscar
una salida rápida
a sus últimos aprietos.

Yo ando con la cresta despeinada
y la camisa con arrugas.

Traigo ganas de dar brincos,
de hacerme fuerte en el sofá
y vencer en una guerra imaginaria
de sartenes y cosquillas.

La calma
-siempre-
se me muestra enloquecida.

Servicio de emergencias

Cuando todas las palabras sobran,
sólo nos queda una brisa salada
que mueve las cortinas
y abre cicatrices.

Está también el viento,
empeñado esta noche en levantarme la falda
y hacerme cosquillas que despistan.

Remolinos y huracanes,
tempestades serenas.
Llega el tiempo de las lluvias internas.

Si todo lo que hay es este ahora,
convirtamos cada paso
en un punto de sutura.

Elogio de lo inútil

Poco se habla de la inutilidad de la luna
o del tiempo invertido observándola,
admirando sus cambios
y sombras.

Apenas nada se dice de lo inservible
de las palabras destinadas a definir el amor,
a cantarle,
a buscarle a las emociones un corsé explicatorio
de suspiros y sílabas.

¿Habrá mayor pérdida de tiempo
que sentarse a contemplar el mar?

¡Nadie nos explica la irrelevancia de la poesía!

Por eso me reivindico
inútil
y luna llena.