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Silencios, invisibilidad e inexistencias virtuales

Empecé esta entrada hace mes y medio, a los pocos días de cumplir los 32 años y tenía en mente escribir algo así facilón de autocomplacencia y tono veraniego (que estaba de vacaciones y vuelvo a estarlo), pero al abrir el editor del blog me encontré entre los borradores esta entrada con el título solamente y me puse a ello. A ver si hoy la termino.

Cuando me volví de Barcelona a Asturies, el año pasado, estuve una temporada larga de desconexión de twitter, sin publicar nada en el blog y con la actividad de facebook bajo mínimos. Prácticamente todo el verano y hasta bien entrado el invierno. Tras una presencia bastante intensa en el cyberespacio durante más de dos años, el parón vino motivado por la necesidad de centrarme en las redes físicas cercanas, sobre todo familiares. También estaba cansada del enganche, aburrida de leerme a mí misma y del acelere que provoca tener que estar a-en todo (con el inmenso reduccionismo de realidad que implica ese «todo» del que hablo).

No soy socióloga ni académica y me cuesta teorizar. Lo mío es o contar hechos -periodismo a secas-  o jugar con la literatura hasta que me la tome en serio. Hablo desde la mera experiencia personal, pero voy a intentar explicar algunas ideas que me rondan alrededor de todo esto.

1. Silencios
Necesito el silencio. Si paso muchos días rodeada de gente todo el rato me termino agobiando. Necesito estar sola cada tanto. Me ha pasado siempre, desde pequeña. Y no supone ningún trauma. De vez en cuando necesito estar sola y en silencio para reordenarme. Los domingos suelen ser «mi día». Lavo ropa, la tiendo y también me reajusto. Me pongo boba y estoy mejor conmigo misma. Últimamente los aprovecho para escribir y está funcionando.

En Internet nunca hay silencio. Con una mañana que dejes de pasarte por twitter ya te pierdes la mitad de las cosas de las que se hablará ahí dentro en los próximas horas. Si desconectas un fin de semana vuelves de puntillas pero aún estas a tiempo de reconectar. Si te piras un mes aún queda gente que te echa de menos. Sólo si desapareces más tiempo es cuando consigues el silencio.

Volverás como una extraña y al principio sentirás que entras en el salón de la casa de unos desconocidos. Sólo con unos pocos días comprenderás que ya no importa recibir respuesta, que no hace falta entrar en todas las conversaciones, recibir mil retuits o tener veinte favs por twitt. Tú tienes tu ritmo y siempre hay quién lo comparte. Las interacciones se reducen pero la lentitud también sirve. Hay otros microcosmos en los que puedes estar a gusto.

Y yo necesito lentitud alrededor para estar bien, que la prisa ya la llevo dentro.

2. Invisibilidad
Nuestro idioma es de los pocos en los que los verbos «ser» y «estar» no van resumidos en una única palabra, así que el estar en silencio no significa desaparecer. Estoy invisible pero sigo siendo ente virtual, puedo seguir paseándome y leyendo, informándome y formándome a través de internet sin necesidad de que nadie me vea. Esto tiene también un punto de cotilleo, de voyeurismo y de travesura infantil.

Eso sí… No «estar» implica que para mucha gente dejas de «ser». Y ahí es donde entra el tercer punto.

3. Inexistencias virtuales
Hay personas para las que no existes más allá de la pantalla, aunque las hayas conocido en persona. Aunque tengan tu móvil y otras mil formas de contacto, incluso presencial. Si desapareces de la red te desintegras para muchas. ¿Importa? La verdad es que ahora mismo poco, aunque al principio cuesta acostumbrarse.

Así que los periodos de silencio e invisibilidad me los tomo para relativizar las grandes amistades y la magnificación de las relaciones virtuales. Son divertidas, te lo puedes pasar genial, con algunas generas un grado de intimidad importante incluso, te hacen sentir acompañada, compartes gustos, tonterías y mil conversaciones apasionantes. Pero a mí -repito que hablo desde un punto de vista totalmente personal y subjetivo- hace mucho que no me sirven para parchear la soledad. En cuanto eres consciente de que estás tomando un placebo, deja de hacer efecto.

En resumen: No «estoy» pero sigo «siendo».