Mejor llamadme Arancha

Me llamo Aracne de Lidia, pero mejor me llamáis Arancha: Arancha Solís Pérez, Aran para los amigos. Soy hija de Idmón de Colofón, un tintorero que teñía la lana con púrpura de Tiro (podéis comprobarlo, salgo en Wikipedia) y me hice famosa en mis tiempos, allá en la antigua Grecia, por un pequeño lío con la diosa Atenea que, mira tú, era una celosa de tres pares de narices y no llevaba nada bien que la peña me considerase a mí la mejor tejedora del mundo. Fíjate tú si no tendría ella nada más importante que hacer que retarme a mí a un duelo de telares… ¡Y gané! Porque encima siempre he sido yo un poquito irreverente y tejí un tapiz en el que representaba las numerosas (y excéntricas) violaciones que su papito Zeus había llevado a cabo en la tierra: que si ahora me visto de toro y rapto a Europa, que si un cisne, que si lluvia dorada… ¡Menudo guarrete, el tío! La cuestión es que Atenea había salido de un dolor de cabeza de su papi y no le sentó nada bien ni que yo ganase ni que lo criticase. Para haceros más corto el rollo, que no es lo que quiero contaros, hace unos cuantos siglos que Atenea se cabreó conmigo y me convirtió en araña.

Con el tiempo aprendí que esto de los castigos divinos no era irreversible del todo y poco a poco fui recuperando todas las partes de mi forma humana. A día de hoy, ofrezco la imagen de una treintañera cualquiera pero puedo lanzar telas de araña a mi antojo, salto con una gracilidad que ya quisieran los del parkour y sigo tejiendo y tricotando con una precisión pasmosa, lo que me ha llevado a poder ganarme la vida de incógnito y con bastante dignidad.

De día, trabajo de lunes a sábados en una lavandería de Bravo Murillo en la que también hacemos arreglos de ropa, así que si necesitáis un dobladillo en el bajo de unos pantalones, meter de sisa un vestido o arreglar una cremallera, ¡soy vuestra chica! De noche (los seres mitológicos nunca dormimos), me encargo de vigilar las calles de Madrid desde las azoteas y ayudar a toda aquella mujer que esté en un apuro. Obviamente no doy abasto, demasiado cabrón suelto, y a veces es bastante frustrante no poder llegar a todas las llamadas de auxilio que mi sentido arácnido detecta, pero me quedo con las experiencias positivas y con el club de tricotado de los jueves por la noche en el centro social del barrio, que me da la vida.

He decidido contaros todo esto porque hoy empieza el juicio. He denunciado a la todopoderosa Marvel porque me deben millones de euros en derechos de imagen: ¿Qué son Spiderman y Spiderwoman sino una burda adaptación de mis poderes? Llevaba años dándole vueltas y sabía lo difícil que sería convencer a un abogado para que se encargara de mi caso; hasta que apareció Matthew Michael Murdock: Matt para los amigos y Daredevil para los iniciados en el mundo de los superhéroes. Matt es un abogado de la leche al que New York se le quedó pequeño hace tiempo y decidió abrir filiales de su bufete por Europa. En Madrid, Sigrid de Thule (sí, la del Capitán Trueno) es la abogada senior y quien ha preparado todo mi caso. ¡Menuda tía, la vikinga!

A pesar de que me siento muy segura de lo que reclamo, debo reconocer que me comen por dentro los nervios y no me termina de convencer la exposición pública a la que me voy a someter. Aunque, en el fondo, después de tantos años de anonimato, a lo mejor lo que necesito es un poco de protagonismo para darle un giro a mi vida. Siempre me lo decía Diego (Diego Velázquez, fuimos amantes una temporada). Después de pintarme en Las Hilanderas se empeñó en que abandonase mi trabajo en la Real Fábrica de Tapices y le dejase presentarme en la Corte, que con mis habilidades podía llegar muy lejos. En aquel entonces no me sentía preparada, hacía poco tiempo que había recuperado por completo mi forma humana y estaba aprendiendo a conocerme. No era el momento.  ¡Pero ahora sí! Voy a por todas, esta vez sin red.

Imagen, Helena Toraño

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