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Microclima

xixonjunio

Esta semana fue 40 de mayo y por estos nortes seguimos sin poder apear los sayos. Cielos encapotados, temperaturas sin ascensos y orbayu constante. No soy yo de quejarme mucho del tiempo, pero me gusta que cada estación venga con lo suyo y para el otoño aún queda. El aumento de las horas de luz diarias pide que -al menos- podamos empezar a dejar la cazadora en casa, prescindir de una vez del uniforme cebolla y andar sólo con una chaquetina por si acasu, ¿no?

Hace dos años, cuando me volví de Barcelona, tuvimos exactamente el mismo junio.

No me sorprende. En Llanes tenemos una de las menores tasas de insolación anual estatal y un microclima específico. Sabemos que si en pleno verano amanece con sol radiante hay que tirar pronto para la playa porque siempre existe una gran probabilidad de que para la hora de comer se nuble. Es lo que tiene que entre costa y monte medien apenas diez kilómetros de tierra.

Por eso, tampoco me sorprendo a mí misma estos días cuando leo el periódico y me alegro de que se hable de la posibilidad de pacto entre PP, Foro (el partido de Cascos, sí) y Vecinos x Llanes (coalición popular creada pocos meses antes de las elecciones municipales) para quitarle la alcaldía al PSOE.

-¿Y eso suena bien? ¿PP y Foro?- me preguntó alguien ayer sorprendido.
-Digamos que a nivel local el análisis es otro. Largo de explicar por whatsapp- contesté.

Y me estoy dando cuenta de que las razones no son tan complicadas.

El PSOE lleva casi tres décadas en la alcaldía llanisca. La simple renovación ya sería una buena razón para justificar un cambio. Tengo gente que quiero mucho en el partido y con cargos locales, pero eso no quita que me reviente que sigamos sin plan urbanístico; que hayan tenido que salir los vecinos de los pueblos a decir que quieren seguir siendo núcleos rurales; que adjudiquen contratos a familia y amigos porque es «lo que se hizo siempre»; que el clientelismo caciquil sea norma del día; que las cosas se decidan porque nos sale de todo tipo de frutos; que si no estáis conmigo estáis contra mí; que la política es lo que nosotros decimos Y PUNTO.

Pues resulta que en las elecciones de finales de mayo los que dieron la puntada fueron los llaniscos y el Ayuntamiento quedó atomizado. Y eso es divertidísimo. De sólo imaginar las caras y cábalas de los que llevan tantos años pegados al asiento… Y no hablo aquí sólo de concejales, sino también de puestinos y secretarías varias. Que sí, que conozco a muchos, pero el cariño no quita que las cosas no tengan que cambiar.

Y aquí entra el por qué no me parece mal que Vecinos, PP y Foro pacten. Porque en mi microclima municipal a corto plazo sé que quieren exactamente lo mismo que yo: hacer una auditoría, barrer, abrir ventanas y ventilar. ¡Que vengan selvas!, como os decía la semana pasada. ¿Que va a ser un caos? ¿Ingobernable? Me parece estupendo. Obviamente hay mil temas ideológicos que me chirrían, que me levantan dolor de cabeza, pero a día de hoy soy práctica. No le vendrá nada mal a nuestro triste consistorio un poco de danza.

Dure lo que dure.

Los llaniscos sabemos que hay que aprovechar el rayín de sol según sale. La hora de comer aún queda lejos. Cuando se tape de nubes la sierra del Cuera ya veremos lo que hacemos. Por ahora, al pleno de mañana. ¡Aire!

 

Texto escrito a raíz de esta noticia de ayer y de lo berlanguiano que resulta que el pleno de investidura tenga aforo limitado pero inviten al párroco, el juez local y un representante de la Guardia Civil.

 

 

 

Lo que me tiene

Segundo asalto

kalanchoe

Tengo un par de kalanchoes en la ventana de mi habitación que han estado hermosas y rebosantes de flores durante toda la primavera. Una de ellas -la de colores más intensos- llevaba días mustia y se había vuelto grisácea. Me dije que no pasaba nada, que a todo el mundo se le mueren las plantas y que con el clima que nos gastamos por este Norte pues que tampoco es raro que ocurran estas catástrofes botánicas.

Cogí la jardinera y la metí dentro de casa, dispuesta a desplantar a la pobre moribunda y terminar con su agonía. Entonces me di cuenta de que las flores feas se caían con el más pequeño movimiento y empecé a recogerlas una a una. Poco a poco -debajo de aquellos marchitos botoncitos descoloridos- asomó la sorpresa. Un sinfín de capullos de nuevas flores aguardaban cobijados por los viejos. Así que me puse mi mejor disfraz de peluquera-jardinera y con mimo despejé el panorama. Las inminentes habitantes de mi maceta ventanil tienen ahora toda la sabia para ellas, para coger fuerzas y explotar de nuevo en unas semanas. El segundo asalto está listo.

Diréis que por qué os cuento todo esto, que para asuntos de plantas y arbolinos ya están mis progenitores y que mis hermanas tienen mejor mano y más paciencia que yo con la vegetación. La cuestión es que no he podido evitar pensar en política mientras quitaba una a una las flores pochas y aparecían los brotes. Parece que en los ayuntamientos marchitos han entrado en tropel bosques enteros. Estoy tan expectante por mis kalanchoes como por el panorama que abren las elecciones municipales de hace una semana.

Segundo asalto. ¡Que vengan selvas!

Los asuntos de la luz

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Mayo y septiembre son mis meses favoritos de siempre. No le he dado muchas vueltas al asunto pero sé que son los momentos del año en los que mejor me encuentro y en los que me suelen pasar cosas.  No es ni pleno verano ni pleno invierno y suelo arrastrar un estado emocional similar, de runrunes y nerviosismo tolerable, como una impaciencia rica de saborear. Como si estuviese a la expectativa.

A lo mejor la culpa la tiene el calendario escolar marcado a fuego y que nunca tuve ningún trauma porque se terminasen las vacaciones. Volver al colegio en septiembre y estrenar libretas era una maravilla. Sigo comprando cuadernos y oliéndolos y disfrutando con las primeras palabras que les planto. En el otro extremo, mayo ya presagiaba el final de la rutina y podíamos quedarnos más horas jugando en la calle después de hacer los deberes.

Ayer, bajando por el Campo San Francisco de Oviedo a las 09.15 de la mañana me di cuenta de que la culpa de todo la tiene la luz. La luz de mayo y la de septiembre son iguales. O a mí me generan los mismo. Son luces de tránsito que empujan, que me llevan, que acompañan.

Ayer entregué mi primera recopilación de poemas para un concurso. Y hay promesa de no dejar de escribir, de pinchar y que me pinchen y de ponernos manos a la obra con cosas jugosas.

Y entonces vuelvo irremediablemente a este poema de Andrés Neuman y me dispongo a aceptar cualquier cambio que me traiga septiembre. ¡Encantada!

Vientos

Catedral

Le gustaba su rutina. Solía decir que no había nada mejor que hacer todos los días lo mismo para tener estabilidad y dormir tranquila. No le gustaban los sustos ni los disgustos y las sorpresas la descomponían. Lo que no contaba era que tenía un pastillero metálico escondido en la mesita de noche y que probaba todo tipo de infusiones relajantes para acallarse los runrunes.

Lo que tampoco decía era que -dentro de esa rutina que abrazaba- se permitía ciertas dosis de improvisación a diario. Dejaba que los vientos marcasen el recorrido que iba a seguir de casa al trabajo y viceversa.

El nordeste solía traer cielo azul despejado y sol, nubes blancas altas en ocasiones y el fresquito justo para no pasar calor en verano. Esos días salía con tiempo suficiente de casa para acercarse a la zona vieja antes de empezar la jornada laboral. Pasaba por delante de un par de institutos y atravesaba el parque del centro de la ciudad. Lo llamaban el “Campo” y era el sitio ideal para percibir el cambio de estaciones. Árboles enormes y viejos compartían espacio con un estanque lleno de patos, cisnes y pavos reales. Recuerda que de niña no la dejaban atravesarlo sola porque era zona de encuentro de “maleantes”, que decía su madre. Ahora volvía a ser zona de encuentro, pero de parados o abuelos de ojos perdidos cuidando de nietos estridentes.

Tras cruzar el parque cogía una calle recta que se iba estrechando y a medida que avanzaba iba apareciendo la torre de la catedral. “Vetusta” la llamó un escritor de siglos pasados y así se le quedó de sobrenombre a la ciudad. ¡Qué bien encajaban aún ciertas descripciones y personajes de entonces con lo que se encontraba a su paso! Desde la plaza de la catedral giraba hacia el Ayuntamiento, pasaba por la antigua plaza del mercado y sus soportales de piedra y a veces compraba flores en los puestos que a diario alegraban aquella zona. Al llegar al trabajo la recepcionista siempre le día: “¡Cómo se nota que salió el nordeste hoy!”

Los vientos la empujaba ya sin pensar en una u otra dirección y las calles que cruzaba marcaban también su estado de ánimo.

Por eso, los día que los vientos soplaban del oeste -”gallegu” le dicen a esos aires- y traían cielo gris oscuro y agua, agarraba fuerte el paraguas y apretaba el paso. Enfilaba la ronda atestada de tráfico y dejaba que las aceras anchas y los semáforos la arrastrasen sin pensar mucho. No le gustaban nada aquellos edificios enormes con cuadros de colores en las fachadas que habían construido hacía poco más de una década en la zona de soterramiento del ferrocarril. Echaba de menos ver cómo los trenes entraban y salían en todas direcciones. Uno de sus pasatiempos de juventud favoritos había sido ir a sentarse a los bancos que había frente a la estación del Norte. La falta de dinero para otras distracciones se suplía comiendo pipas e inventando historias con la pandilla sobre el trajín de pasajeros, las maletas, hacia dónde iban o quién los esperaba en el andén. Buenos tiempos.

Desde la estación de tren cogía la calle principal de la ciudad. El eje comercial. Un centro urbano de fachadas decimonónicas remodeladas que por dentro se habían quedado huecas de alma e historias. Despachos de abogados, gestorías, agencias de publicidad, tiendas, tiendas, tiendas… Al final estaba el parque de nuevo, pero en los días de “gallegu” lo cruzaba rápida, sin fijarse en nada ni en nadie.

Le gustaba su rutina. Pero aquel día, al salir del portal, notó que olía a mar. A Cantábrico embravecido. El salitre lo impregnaba todo y las aceras empezaban a acumular arena y conchas.

Soplaba viento del norte por primera vez en años. Tocaba cambiar el rumbo.

Tercer ejercicio del taller de escritura “Escribo, luego soy. Ficción autobiográfica”
Primer ejercicio: «Yo y mis libros»
Segundo ejercicio: «Mantra gestual»

Caprichos

ciudad

Me invitan a Bolivia unos amigos-familia que andan por allí. Digo que si cruzo el charco no vuelvo y me responden que «tal y como están dejando España es para no volver». Yo me aferro al quiero vivir aquí pero empiezo a pensar que muchos lo ven como un ejercicio de empecinamiento casi infantil.

Como un capricho.

Pues sí. Estoy encaprichada.

Mucho.

Encaprichada de empezar los cambios por mí (cambiar el mundo, así en genérico, me pilla lejos). Encaprichada de querer y pensar que se puede. Encaprichada en bailar sin importar quién mira. Encaprichada con cantar a todo volumen por muy mal que lo haga. Encaprichada de soñar con unos y con otras -en voz alta y a gritos- y mirar esos sueños y decir: «Pues no parece tan difícil, ¿nos ponemos a ello?»

Encaprichada en no hacerles caso a los que dicen que «no se puede».

Encaprichada en pisar a mi ritmo aunque sean muchas las urgencias. Porque como me dijo Mr. Binaural hace unos días: «Estoy por cosas lentas. Seamos lentas». Y los que me conocéis sabéis que esa es la única manera en la que sé hacer las cosas. A fuego lento pero sin pausa. Los acelerones hacen que me pierda o que frene en seco.

2013 va a ser el año de consentírmelo todo… O al menos de empezar.

Llamadme caprichosa.

Música para esa ciudad que cambia al despertar